Los números pueden ayudar a mirar mejor, a comprender, pero también nos embriagan, nos enturbian la vista. Tienen la capacidad de fascinarnos y hacernos creer en ellos sin pensar en su origen o en su validez. Está claro que los datos pueden ser muy relevantes y ayudarnos a dilucidar muchas cuestiones de interés.
Sin embargo, los números no siempre cuentan la verdad. Los datos también tienen limitaciones, falsean la realidad. La palabras figure (cifra) y ficticio derivan de la misma raíz latina, fingere, ¡Ten cuidado!. Si, debemos ser cautelosos. Primero, porque la utilidad y validez de las estadísticas debe valorarse, caso por caso, muy cuidadosamente. Ni las fuentes de información son necesariamente objetivas, ni el uso de los datos es siempre el más apropiado, ni su interpretación ha de ser necesariamente clara. Muy en especial los científicos saben que es posible "fabricar", "manipular" y hasta "torturar" a los datos. En segundo lugar, porque incluso cuando usamos número fiables o análisis adecuados, sólo obtenemos una visión limitada de la realidad, no de su conjunto. Las cifras homogeneizan , miden con frialdad rasgos de individuos sin rostro, reducen dramas personales muy diferentes. De hecho, no existe una manera adecuada ni completa de medir la salud, la felicidad o el dolor. Y, en tercer lugar, y aún más importante, porque los números con frecuencia distraen nuestra atención, tienden a alejarnos de la percepción psicológica del sufrimiento, el dolor, la enfermedad o la muerte. Al abstraer tendemos a ignorar la realidad, a olvidar el padecimiento humano. En ese momento hacemos cálculos en vez de sentir, valorar o juzgar. En ese instante obtenemos "muertes estadísticas". La muerte de una persona puede ser una tragedia, la muerte de miles o de millones de personas se convierte en una simple estadística. Con frecuencia necesitamos que un novelista, un poeta, un pintor, un fotógrafo o un director de cine nos describan los rostros que hay detrás de las estadísticas.
Hay pues que reconocer lo particular además de lo general: la tragedia personal de cada individuo y el drama social de las poblaciones. Conocer la sociedad donde vive el individuo, y al individuo inserto en la sociedad. Identificar a los que sólo son un "número" en las estadísticas oficiales. Conocer no sólo lo mesurable sino lo relevante, no desentenderse del sufrimiento de ningún ser humano.
Aprender a mirar la salud. Cómo la desigualdad social daña nuestra salud. Joan Benach, Carles Muntaner.
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