La salud y la enfermedad en todas las culturas se han considerado problemas sociales, a través de la historia de la humanidad se han desarrollado distintas formas de entender estos fenómenos y abordarlos. Así como en la antigüedad se entendía la enfermedad desde una perspectiva mágico-religiosa y se encargaba a los chamanes el cuidado, en la modernidad se entiende la enfermedad como un desequilibrio biopsicosocial y se atribuye el cuidado a las familias y al sistema sanitario.
La salud y la enfermedad además de ser problemas sociales también cumplen las condiciones de un problema científico: consisten en preguntas sobre un sistema de relaciones (salud-enfermedad-cuidado), tienen referentes en múltiples campos de conocimiento (biología, psicología, antropología, sociología, etc) e interpelan una realidad empírica (la experiencia de padecimiento y el vínculo terapéutico). No es de extrañar entonces que exista un importante desarrollo en el conocimiento científico sobre estos temas. Lamentablemente, muchas veces estas experiencias han sido codificadas de manera distinta según la perspectiva científica. Por ejemplo, donde la fenomenología ve padecimientos (illness) la ciencia biomédica ve enfermedades (diseases). Esta multiplicidad de codificaciones nos dará nuestra primera tarea como investigadores, tendremos el deber de que deconstruir y contextualizar nuestro problema. Entenderemos esto como el proceso de “revolver cajas cerradas de teorías y experiencias, hilvanar algunos de sus contenido, recurrir a ideas y datos diferentes de los del pensar cotidiano y circunscripto; y sobre todo, no obturar las preguntas” (Vieytes).
Una vez de deconstruido el problema tenemos la tarea de rearmarlo desde una perspectiva propia que nos permita formular preguntas de investigación. Durante esta etapa delimitamos el problema y procedemos a elaborar un proyecto de investigación donde definiremos qué queremos saber y cómo lo queremos lograr. El principal objetivo de este proceso será obtener un producto científico, el cual se entenderá como una explicación/comprensión de un fenómeno, una especie de cartografiado con sentido entre los hechos y nuestras teorías.
Si asumimos que nuestra observación depende de nuestro conocimiento previo podemos intuir que mientras mejor sea nuestra conceptualización teórica del objeto de investigación, mejores serán nuestras observaciones y predicciones. La teoría del objeto será el aparato conceptual desde donde se mirarán los hechos, la atalaya donde nos posicionaremos para observar el problema. Si queremos entender la riqueza de la realidad del fenómeno necesitamos una teoría amplia e integradora que no se cierre de manera prematura a nuestros sesgos disciplinarios. El desafío de la investigación transdisciplinaria en ciencias de la salud consiste en la elaboración de marcos teóricos eclécticos donde se traduzcan códigos de distintas disciplinas y se integren en un imaginario científico “coherente” y “congruente” (Becker) que otorgue una visión de conjunto amplia al fenómeno.
Existe la esperanza de superar las barreras disciplinarias a través de la elaboración de una teoría de rango intermedio del proceso salud-enfermedad-cuidado que guíe nuestras incursiones empíricas. El plano alfa (Barriga, Henríquez) parece útil para lograr esa cruzada ya que permite integrar distintos aspectos de los fenómenos a nuestro marco teórico tales como estructuras sociales (organización sanitaria / red de cuidados familiar y comunitaria), culturas (cultura sanitaria / cultura tradicional), interacciones (vínculo terapéutico), conductas (autocuidado, adherencia) e interpretaciones (enfermedades / padecimientos).
No hay comentarios:
Publicar un comentario