Tal como describe Piovani (2005) la estadística y, por consiguiente la epidemiología, tiene sus inicios en el siglo XVII. Resulta interesante que el nacimiento de esta disciplina haya coincidido con el ascenso del idea de la modernidad y la creación del estado-nación. Sus inicios se atribuyen a la Political Arithmetic de William Petty quien entusiasmado por el éxito logrado por la aplicación del método científico en las ciencias naturales buscó aplicar los principios de Francis Bacon al arte de gobernar.
En 1749 Gottfried Achenwall, profesor alemán, utiliza por primera vez la palabra “estadística” para referirse al estudio sistemático y comparado de los estados. Su principal motivación era describir las fuerzas de los estados entendiendo esto como los recursos naturales, económicos, militares y humanos. Posteriormente, luego de la revolución francesa, hace aparición Quetelet con la “física social” y el “hombre promedio”. En el campo de la salud aparece la “física médica e higiene”, precursora de la salud pública y entendida como “el conocimiento del hombre como individuo (higiene privada) y el hombre como miembro de la sociedad (higiene pública)”.
Durante el siglo XVII y XVIII convergieron una serie de hechos que permitieron el desarrollo del conocimiento estadístico-epidemiológico. La rápida industrialización y urbanización desencadenó la marginación de un gran grupo de la población produciendo nuevas formas de vivir y morir, las clasificaciones taxonómicas se comenzaron a utilizar en las enfermedades permitiendo enunciarlas y contabilizarlas (Foucault, 1963), y las elites científicas motivadas por el racionalismo moderno crearon sociedades y revistas para compartir de manera formal e informal sus investigaciones.
Según datos de la época, en Londres, más de un tercio de la población moría antes de los 6 años y sólo un 10% sobrevivía hasta los 46 años, siendo la principal causa de muerte las enfermedades agudas infecciosas (Graunt, 1662). Según la naciente disciplina de la patología geográfica y social, la mayoría de los casos de enfermedad y muerte se producían entre los obreros. La principal variación en la mortalidad la producían las fiebres de “constitución epidémica” que mataban a grandes grupos de la población en poco tiempo. Las enfermedades crónicas por el contrario tendían a ser estables.
Las elites científicas rápidamente comienzan a elaborar teorías que permitan interpretar la distribución de las enfermedades. Esta propuestas están marcadas por el clima social y político de la época. Entre las principales corrientes se encontraban los “contagionistas” quienes proponían que las enfermedades se producían por el contagio de venenos invisibles entre las personas y proponían para su manejo la segregación de barrios con cordones sanitarios y el establecimiento de cuarentenas. En el otro extremo se encontraban los “miasmáticos” quienes creían que las enfermedades eran secundarias a las pésimas condiciones en las que vivían los obreros y atribuían como causa la putrefacción y suciedad, su propuesta para manejo era la elaboración de sistemas de drenaje, relocalizar los obreros en otras zonas geográficas y el mejoramiento de los estándares de higiene. Grupos más radicales de la época hablaron del “asesinato social” y atribuyeron como causa de las enfermedades las condiciones laborales, económicas y ambientales de la clase obrera (Engels, 1845), su principal propuesta era la “democracia total e ilimitada” (Virchow, 1848). Influidos por el darwinismo social y las epidemias producidas por la colonización otros investigadores propusieron que la principal causa de enfermedad era la constitución racial y apoyaron los proyectos eugenésicos (Bluemenbach, 1865).
En la medida que el conocimiento epidemiológico y bioestadístico fue evolucionando muchas de estas teorías fueron perdiendo valor. La aparición de la teoría del germen permitió la emergencia de la tríada huésped-agente-ambiente solucionando el debate entre contagionistas y miasmaticos, la epidemiología social confirmó la importancia de las condiciones socioeconómicas en la salud de la población y la epidemiología genética redujo a casi el mínimo la etnicidad como causal de enfermedad.
Buena parte del conocimiento acumulado entre el siglo XVI y XIX sobre estadística médica estaba basado en el prejuicio y las ideologías de la época, no es de extrañar la respuesta de William Farr, en nombre de la Statistical Society, a Florence Nightingale “no queremos impresiones, sólo hechos”. Éstos tenían que ser cuantitativos ya que sólo así tendrían el estatuto de verdad. Esta perspectiva persiste hasta el día de hoy en la disciplina.
La historia ha demostrado que la generalización estadística requiere de una importante “vigilancia epistemológica”. Muchas veces contar con “datos duros” otorga una falsa sensación de certeza lo cual lleva a asumir prematuramente este tipo de información como verdad. La estadística, por muy compleja que sea, es una construcción social y para lograr el estatus de conocimiento científico requiere ser evaluada rigurosamente desde el punto de vista teórico, metodológico, técnico y empírico.