La medicina no es una ciencia, sino un oficio, y su objetivo es lograr una eficacia local particular cumpliendo el código deontológico y las normas técnicas institucionalizadas en la profesión (Samaja, 1993). La medicina, así como la salud pública, son oficios orientados a la acción que requieren de conocimiento válido y universal para fundamentar sus prácticas. Este conocimiento usualmente proviene de las ciencias de la salud, un crisol donde convergen disciplinas tan disímiles como la biología, física, psicología, sociología y economía.
La integración entre disciplinas en ciencias de la salud no ha sido fácil, las principales razones han sido las dificultades institucionales, culturales y epistemológicas que se plantean al rebasar cualquier frontera disciplinaria y el hecho de contar con diferentes definiciones de salud tales como “equilibrio biológico”, “normalidad estadística”, “ausencia de enfermedad”, “funcionalidad social”, “completo bienestar”, etc. Estos hechos han llevado a una aparente multiparadigmaticidad donde la relación entre las distintas teorías ha sido fundamentalmente excluyente. Parece lógico adoptar la postura de unificar criterios básicos de cientificidad de manera de establecer una definición de ciencia incluyente que facilite la integración entre distintas disciplinas. Consideraremos entonces conocimiento científico a aquel que 1) esté basado en la observación sistemática y que ésta sea válida y fiable, 2) sea transparente en su elaboración y sea juzgado de calidad por la comunidad de científicos y 3) sea tentativo y no absoluto (Barriga, Henriquez 2005).
Asimismo creo importante que para avanzar en la integración en las ciencias de la salud debemos entender la construcción del conocimiento en la investigación científica como un proceso dinámico en el que influyen el producto, el método y las condiciones de realización (Samaja, 1993). Por ejemplo, podremos atribuir el ascenso de la biomedicina en siglo XX a la teoría del germen y su contraste empírico con la disminución de mortalidad por enfermedades infecciosas (producto), la relativamente fácil medición de parámetros biológicos y su posterior validación empírica (métodos) y la dominación profesional médica asociado a la alta rentabilidad en la mercantilización de tecnología sanitaria (condiciones de realización). Si tenemos esto en cuenta nos resultará más fácil entender la historicidad y características actuales de la investigación en salud, percibiendo más claramente sus fortalezas y debilidades.
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