Extraído del libro "Atención Primaria. Conceptos, organización y práctica clínica" de A. Martín Zurro y J.F. Cano Pérez.
La maduración del clínico
En la relación asistencial el clínico también madura, entendiendo por tal proceso la capacidad del profesional: a) para ampliar su abanico diagnóstico; b) para entender al paciente en su entorno social y en su realidad biológica y psíquica; c) para adecuar los recursos diagnósticos y terapéuticos a las necesidades de los pacientes, con una clara sensibilidad social (recursos disponibles); d) para ir más allá de la demanda aparente que le formulan sus pacientes y entender sus necesidades de salud; e) para hacerse autónomo de alabanzas o sanciones venidas de los pacientes o de la organización sanitaria, y sentirse por el contrario esencialmente premiado por la convicción interna de realizar bien el trabajo, y f) finalmente - pero tal vez lo más importante -, para pulir de manera permanente sus propios rasgos de carácter - y emociones - para adecuarlos a las características de la relación de ayuda.
Definida así maduración clínica, hay que convenir que el simple paso del tiempo no asegura de ninguna manera este proceso. También hay que admitir que pocas personas son conscientes de la complejidad del proceso, y menos aún, de cómo lograr una progresión constante.
Hace unos años se puso de moda el término "Enfermedad de Tomás" para describir a los clínicos carentes de estímulo para su quehacer (Gervás, 1989). Otros autores han enfatizado el término más frívolo -pero descriptivos - de "quemarse" para denunciar los riesgos a los que las profesiones de "cuidador" se ven abocadas (Firth, 1987). ¿Quién cuida alcuidador?, y en todo caso, ¿hay síndromes propios del cuidador cansado o falto de motivación o estímulo?
El cuidador debe ser consciente de los riesgos que le acechan: a) pensar en los demás en términos excesivamente idealistas, arrastrando sacrificios personales que a la larga no podrá sostener; b) tener una visión idealizada de él mismo, verse carente de hostilidad, o por encima de los desaires que a veces se reciben; c) aceptar la imagen los demás persiguen en él, por ejemplo, imágenes de omnipotencia o de dependencia, cuando no está preparado para asumirlas; d) participar de la pena del paciente sin ninguna distancia emocional, sintiéndose herido por el sufrimiento del paciente; e) hacer del paciente un objeto para conseguir determinados fines, ya sean científicos, docentes, de investigación o de lucro personal; f) utilizar la relación asistencial como un medio para lograr aplausos y admiración, es decir, como un medio para cultivar su narcicismo, y g) utilizar la relación asistencial como un medio para expiar sentimientos de culpabilidad.
En cualquiera de estas circunstancias, el clínico acabará, con el paso del tiempo, con claros síntomas de fatiga, tedio, aburrimiento o crispación, sentimientos que proyectará hacia la empresa para la que trabaje, contra el paciente o contra sí mismo. En estas circunstancias, nadie podrá cuidar de él si el no empieza a cuidarse a sí mismo. Ahora bien, una vez que el clínico es consciente del camino a recorrer y, sobre todo, entiende que su maduración pasa por elementos tanto técnicos como humanos, es posible articular medidas organizativas muy eficaces como complemento de su voluntad de mejora. [...] Parece que cada profesional tiene sus preferencias a la hora de verse apoyado en su quehacer clínico, pero en todo caso no hay que olvidar el punto clave: reforzar el ethos colectivo y ayudarse a madurar como persona en la medida en que se madura como profesional.