"En el fondo, es que con los años los expertos cada vez me parecen más peligrosos. Suelen ser gente de bien (no todos) que empiezan a estudiar sobre un tema y a base de leer y leer acaban por perder el norte y considerar que “lo suyo” es un problema muy importante para toda la humanidad. Se sienten en la necesidad de combatirlo, generalmente a cambio de dinero, pero otras veces sin él. Les digo a los residentes que es un caso semejante al que le sucedió al Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha (éste, con toda seguridad, sin cobrar).
Epidemia silente es uno de los términos preferidos por los expertos. Una epidemia que se cuela sin avisar produce mucha preocupación. Bien, pues lo he escrito en Google y aparecen 51.600 entradas en español, y habrá otro montón en inglés. Hacen referencia a la resistencia microbiana, osteoporosis, obesidad, tabaquismo, obesidad infantil, hipertensión arterial, deterioro cognitivo… e incluso cosas como el síndrome de excitación sexual permanente (este suena poco creíble, pero interesante ¿eh?, léalo aquí)."
Ahí relata como los expertos cometen dos grandes pecados que retrasan el desarrollo de la ciencia. El primero de ellos es que su prestigio le otorga un poder persuasivo que exagera el impacto real de sus opiniones en el terreno científico y el segundo es que de manera consciente o inconsciente los expertos terminan, muchas veces, oponiéndose prematuramente a las nuevas ideas.
Su propuesta para la redención de estos pecados es bastante simple, el retiro sistemático de los expertos. El autor postula que sólo así se daría el espacio necesario a las generaciones más jóvenes para que desafíen las antiguas ideas y promuevan el desarrollo de la ciencia.
Aquí va el artículo.
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